La joven
despertó apenas sintió la caricia de mi mirada. No había temor en sus ojos,
sólo curiosidad. ¿Quién es ese atractivo hombre flotando afuera de mi ventana?,
la escuché preguntarse. Sólo soy un hermoso sueño, mentí. Un obsequio que
puedes llevarte contigo cuando despiertes. Su sonrisa fue tan hermosa como
su virtud. Pude sentir el calor de su corazón en mi helada piel y el aroma de
su deseo abrió mi apetito.
Levanté mi
mano y con la sombra proyectada por la luz de la luna desnudé su pecho. La
humedad fue instantánea; no fue necesario pedir permiso, ella misma suplicó que
entrara. Las puertas del balcón se abrieron y penetré en la estancia.
No había
sabor alguno en sus labios, desde luego, pero sí en su anhelo. Bastan unas cuantas
palabras para erradicar la tristeza inherente en todos los mortales; son tan
adictos a la esperanza, como yo a su sangre. Un crucifijo de plata me distrajo
y por unos instantes perdí las riendas de su voluntad, sin embargo la lujuria
es más fuerte que la fe y no hay mejor
afrodisiaco que la promesa de amor eterno… ni mejor condimento que la
felicidad. Siempre me gustó más que el miedo, aunque ambos tienen su hechizo.
Es algo así como dulce o salado.