Frente al hombre de la gabardina café desfilaban cinco mujeres de
impactante belleza y perfecta fisionomía. Algunas muy exuberantes, otras
delgadas, pero todas deseables. Morena, rubia, pelirroja, negra y asiática;
todas vestían diminuta falda y ajustada blusa de algodón de color rojo, la cual
dejaba al descubierto el ombligo, y al no contar con sostén, esculpía la forma
de sus pezones.
–Las
elegí variadas para que tenga diferentes opciones. Naturalmente no sabemos aún
cuáles son sus gustos. Recuerde que esto es sólo una muestra gratis –dijo el
hombre de pulcro traje ejecutivo. El de la gabardina, a un lado suyo, estudió
con detenimiento las cinco figuras que caminaban en círculos con las manos en
la cintura.
–Por
su puesto, si usted decide adquirir alguno de nuestros productos, tendrá a su
disposición un vasto catálogo para que elija la que se adecue más a sus...
necesidades... –Risilla pícara. –O bien, podría acceder a nuestro programa
diseñador virtual, donde usted podrá crear a la mujer de sus sueños, eligiendo
sus atributos de acuerdo a sus gustos. Color de piel, cabello y ojos; estatura
y complexión; tamaño y forma de sus ojos, boca y nariz. Y por supuesto, lo más
importante, el tamaño de las tetas y las nalgas. –Otra risilla y un ligero
codazo de complicidad. El de gabardina no emitió ninguna reacción, sólo observó
con seriedad al ejecutivo de ventas.
–Señor...
–comenzó a decir el de gabardina.
–Emilio...
llámeme Emilio, por favor, señor González. –interrumpió el de traje. Su nombre
completo era Emilio LaRosa, según se presentó al principio de la entrevista y
confirmaba un pequeño letrero sobre su gran escritorio.
–Emilio
–continuó González. –Dígame una cosa: ¿En realidad son como mujeres de
verdad?... quiero decir, ¿se sienten como de verdad? Usted sabe a lo que me
refiero.
Una amplia sonrisa comenzó a dibujarse gradualmente en el rostro de Emilio;
inició discreta y terminó de oreja a oreja. Después negó con la cabeza.
–No...
Para serle franco, no –afirmó y guardó la sonrisa volviendo su mirada hacia las
mujeres. Mantuvo un semblante serio por un par de segundos y luego explotó.
–¡Son mil veces mejor que una mujer de verdad! –gritó al tiempo que pasaba un
brazo sobre los hombros del hombre de gabardina. –Le apuesto lo que quiera,
señor González.
Los ojos González se abrieron con incredulidad. O algo parecido, pues su
rostro no era muy expresivo que digamos.
–Una
vez que pruebe una unidad EVA, jamás volverá a coger con una mujer de verdad, se
lo garantizo–afirmó Emilio. El rostro de González se endureció un poco, como si
le molestase el comentario. Tal vez la parecía una blasfemia tal afirmación o
simplemente el uso de la palabra “coger” lo ofendía. Emilio no abusaba de las
malas palabras, pero a veces utilizaba una o dos para hacer sentir en confianza
a potenciales clientes. Al parecer no era el caso. Nada de palabrotas, tomó
nota.
–Pero
no me tome la palabra –continuó Emilio– Elija a la que más le guste y pase al
probador. Después hablaremos. González volvió su atención de nuevo a las
chicas. Llevó una mano a su barbilla en señal meditativa. Emilio se apostó a sí
mismo que elegiría a la negra. Años en el negocio le habían dado la habilidad
de leer a sus potenciales clientes y raramente se equivocaba. González era bajo
de estatura y gordo; lucía una brillante calva de la frente a la parte alta de
la cabeza. Pelo rubio, cortado al ras, cubría los costados y la nuca. Enormes
anteojos enmarcaban dos diminutos ojos azules. Era profesor de una de las
universidades más importantes del país, según dijo en la entrevista inicial. La
negra será. No había duda.
–Elijo
a la pelirroja –dijo tímidamente González y la señaló con su mano regordeta.
Otra sonrisa picarona apareció en los labios de Emilio.
–Lo
supe apenas lo vi entrar por esa puerta, señor González. Yo mismo me encargué
de la selección de estos prototipos hace un momento y elegí a esta dulzura
especialmente para usted. Años en el negocio me han dado la habilidad de leer a
mis potenciales clientes y nunca me equivoco.
El vendedor dio un sonoro aplauso con el cual las cinco unidades hicieron
alto en seco. Perder su propia apuesta dejó a Emilio un poco consternado.
González era fácil de leer, pero se había equivocado con él. Un persignado, sin
duda, pensó Emilio apenas lo vio. Un suave. Un ejemplo de civilidad y
cristiandad con un pequeño lado oscuro escondido; ejemplares como éste llegaban
a su oficina al por mayor. El modelo de la negra, que simulaba diecisiete años,
era la elección por excelencia de los gordos pervertidos. Pero eligió a la
pelirroja (la favorita de Emilio, por cierto). Tenía buen gusto el calvito,
pensó, pero eso no le quita lo persignado.
Sin embargo, la
cuestión lastimaba un poco su orgullo porque Emilio era bueno en su trabajo.
Era más que bueno. Él había innovado el negocio. Fue su idea en primer lugar
ofrecer una muestra gratis a los potenciales clientes. Al principio los altos
mandos del corporativo no lo aprobaron, pero Emilio también tenía un estupendo
carisma y afilada retórica. Era además un vendedor natural y tenía aspecto de
ganador: cuerpo atlético, piel morena perfectamente bronceada, pelo lacio
relamido hacia atrás y un bigotillo estilo años cuarenta del siglo XX. Siempre
de traje, siempre pulcro, siempre con auto último modelo. Sus incontables
reconocimientos (algunos falsos, por cierto), los cuales decoraban la pared
detrás de su escritorio, daban cuenta de su talento. Pero sobre todas las
cosas, Emilio tenía buen gusto. Él mismo se encargaba de elegir a los cinco
prototipos de muestra, los cuales reemplazaba cada cinco o seis meses, cuando
había innovaciones en el diseño. Asimismo se daba la tarea de actualizar su
sistema con lo más novedoso en habilidades sexuales. Las cinco unidades EVA en
su oficina incluían lo último en programas de felación, algo que él consideraba
decisivo en la elección final de cualquier cliente. Gracias a estas
"nenas" había logrado vender 17 ejemplares en lo que iba del segundo
semestre del año. Casi lo que la mayoría de sus colegas hacen en un año.
–Desde
luego se tratan de modelos completamente nuevos, jamás antes usados –dijo
Emilo. Era mentira, por supuesto, esa misma mañana, él usó precisamente la
pelirroja. Pero sabía que los persignados como González se fijan en estos
detalles (maricas). Las unidades se esterilizan automáticamente luego de ser
utilizadas por un potencial cliente (o ejecutivo); no existe ningún tipo de
riesgo de contraer enfermedades. Todos saben que incluso un enfermo de Sida
puede compartir una unidad con otras personas, sin riesgo de contagiarlas. Sin
embargo, con hombres suaves como González, es mejor ser cuidadosos. El pez ya había
picado y no quería que se le escapara. Además para Emilio era el último día de
trabajo antes de sus vacaciones y se había propuesto llevarse un poco de dinero
extra de lo que ya tenía presupuestado.
–Sea
tan amable de tomar la unidad y pasar al probador, señor González –dijo Emilio.
–Ahí encontrará todo lo necesario. Una cama, naturalmente; una silla y otras
dos opciones más de plataformas para lo que sea que tenga en mente. Juguetes y
accesorios están disponibles en el armario y los espejos en paredes y techo
pueden activarse o desactivarse, junto con la intensidad de la iluminación,
mediante un control a un lado de la cama. La rockola no requiere monedas y la
selección de música es vasta. No tengo duda encontrará lo que busca.
–Gracias,
es muy amable –dijo González con voz perfectamente articulada, pero carente de
emoción, al igual que su rostro, que parecía tieso. Los nervios, supuso Emilio.
Típico de los suaves.
–Yo,
por supuesto –continuó Emilio–, abandonaré esta oficina para su mayor
comodidad, aunque no es necesario, créame, el probador está herméticamente
sellado y nadie lo va a molestar. Tómese su tiempo y al terminar presione el
botón rojo en la pared. De esa manera yo sabré que usted está listo. Después
sólo le pido me espere sentado frente al escritorio en lo que yo vuelvo.
–Gracias
–dijo González con rostro impasible. Tal vez se siente culpable, pensó Emilio,
seguramente ahora mismo lucha contra su propia conciencia. Los persignados
sienten que cogerse a una EVA es serle infiel a su esposita. Según González,
lleva casado quince años y tiene cuatro hijas. No le sorprendía, los suaves
siempre se llenan de puras hijas, quienes junto con la esposa, hacían de
aquellos pobres diablos lo que quieren.
González, aparentemente indeciso aún, no dio muestras de moverse. Tal vez
esperaba a que Emilio saliera de la habitación para animarse a ir por la
pelirroja.
–¿Tiene
nombre? –preguntó González– La mujer, quiero decir.
Emilio dejó escapar una sonora carcajada y dio unas palmadas a la espalda
del calvo.
–Por
supuesto que no, señor González. A menos que usted quiera que lo tenga. Si es
el caso, sólo dígale: te llamas Gaby, o Sandra, o como desee nombrala. Nuestros
modelos ya no requieren ser bautizados al momento de ser activados; los
estudios de mercado demostraron hace tiempo que no era necesario y en algunos
casos, resultaba incluso molesto para nuestros clientes. Hoy en día las
unidades EVA se limitan a obedecer órdenes. Como debe ser.
El rostro de González permaneció serio, luego volvió a las chicas. Pasaron
unos diez segundos sin que diera muestras de tomar acción.
–Tengo
una duda –dijo finalmente el de gabardina.
–Dígame.
–Entiendo
que son modelos de prueba y no existe ningún compromiso si... hago uso de alguno
de ellos...
–Por
supuesto que no. Hasta no firmar el contrato, usted no tiene ninguna
obligación.
–Pero
me pregunto si tengo alguna restricción...
–Ninguna.
–Quiero
decir... no deseo “ensuciarla”...
Otra carcajada de Emilio y más palmadas en la espalda.
–Señor
González, por favor, pierda usted cuidado. Veo que sabe poco sobre las unidades
EVA. Usted no se preocupe, están hechas para no crearle a usted ninguna
molestia. Cuentan con un avanzado sistema de auto mantenimiento; son higiénicas
y aseadas.
–Pero
qué sucede con... con...
–El
semen. Qué sucede con el semen, es lo que quiere saber.
–Sí
–dijo González con claro interés en su voz, más no en el rostro. Sonaba como un
estudiante tomando notas. Un académico, después de todo.
–Desaparece,
es lo que sucede. La unidad lo deshidrata y almacena los residuos en un
compartimento especial del cual usted no tiene necesidad de saber nada. A
menos, claro, que le interese, entonces lo puede consultar en el manual del
usuario.
–Pero
¿cómo?
–Mire,
todos los detalles sobre las mínimas atenciones que debe tener con su unidad
están en el manual. Basta decir que sólo debe asignarle una habitación de su
casa. Nada grande, puede ser el sótano, un cuarto de limpieza, incluso un
armario que no esté siendo ocupado. Ahí usted debe proveerla de los químicos
especiales para su rutina de mantenimiento. Los cuales, naturalmente, usted
puede adquirir con nosotros; éstos le pueden ser enviados también a su hogar.
El contrato de adquisición viene con una dotación de seis meses de estos
productos. Pero créame, es mínimo, casi nulo el esfuerzo de su parte.
El ejecutivo de ventas tomó al potencial cliente del brazo y lo condujo
hacia la pelirroja.
–Señor
González, con gusto le daré toda la información que desea saber. Pero eso será
una vez que usted pruebe la calidad del producto. Pase por favor al probador.
Emilio tomó de la mano a la pelirroja y la unió con la del hombre de
gabardina, como si fueran dos niños y encaminó a ambos la puerta del probador.
–Le
repito, todo lo que pudiera hacerle falta está en la habitación, tómese su
tiempo, disfrute de esta belleza y tome su decisión. Presione el botón rojo
cuando esté listo y entonces podremos discutir todos los detalles.
Emilio se dirigió hacia la puerta de la oficina, sin dar oportunidad a una
nueva pregunta.
–¡Bon appetit! –gritó el
vendedor antes de cerrar la puerta tras de sí.
González mantuvo su postura un momento, observando la puerta por donde
había desaparecido Emilio, luego dirigió su mirada hacia la pelirroja. El resto
de las chicas permanecían estáticas en su lugar, como maniquíes en una tienda
departamental.
La pelirroja sin nombre le devolvió la mirada. Su rostro no se diferenciaba
en nada al de una mujer de verdad. Había vida, luz en sus ojos, como en los de
cualquier ser humano. A esta innovación,
creada hacía no más de un año, le habían llamado “alma”. La chica sonreía y
estudiaba el rostro del hombre calvo. Miraba sus labios y luego volvía a sus
ojos. En su semblante había sincero amor y deseo hacia él. Las unidades EVA
estaban hechas para no perder esa expresión nunca.
González la tomó por el brazo y la condujo al probador.
***
Transcurrió poco más de una hora y media. Esto sorprendió a Emlio, que
sospechaba que González sería un hombre de 15 minutos. Aunque, por otro lado, tal
vez le atribuía demasiado. No le sorprendería que el calvo hubiera empleado la
primera hora en conversar sobre su esposa con el androide y la última media
hora lloriqueando su culpa. Es más, probablemente ni siquiera la tocó. Esperaba
sin embargo que no fuera el caso, pues de ser así, sólo habría perdido su
tiempo con él. No habría venta, y no habría dinero extra para sus tres semanas
en Acapulco.
Cuando Emilio entró a la oficina, el señor González ya estaba en la silla
frente al escritorio con semblante serio. El ejecutivo de ventas le lanzó una
sonrisa de complicidad desde la puerta, pero ésta no fue respondida. Tomó
asiento frente a su potencial cliente.
–¿Y
bien? –preguntó Emilio aun forzando su sonrisa.
–Tenía
usted razón, una experiencia completamente diferente –dijo González. Emilio rio
y de un cajón extrajo un contrato.
–Se
lo dije, le apuesto lo que quiera. Ahora sí, después de haber probado la
mercancía, ¿qué decide usted?
–Tengo
algunas preguntas.
–Naturalmente.
–Además
del obvio servicio que ofrecen las… mujeres… ¿qué otra cosa pueden hacer?
–Prácticamente
todo lo que una mujer de verdad, pero mejor. Ser cariñosa, limpiar la casa,
atenderlo. Algunos de nuestros modelos más costosos pueden cocinar. Incluyen de
entrada hasta 10 platillos diferentes, pero naturalmente puede recibir
actualizaciones. Por lo regular cada mes tenemos ofertas sobre todo tipo de
cocina. Desde lo básico para el consumo diario, hasta platos especiales tipo
gourmet, ideales para cenas y eventos especiales. Sólo tiene que indicarle para
cuántas personas y proporcionarle los ingredientes, claro está. En este
apartado, debo ser franco, algunos de nuestros clientes más exigentes han
expresado insatisfacción, pues afirman que no se compara a la manera de cocinar
de una mujer. Le falta el “toque hogareño”, dicen, aunque yo en lo particular
no encuentro ninguna diferencia. No obstante, nuestros programadores trabajan
constantemente en actualizaciones. Pronto, sin duda, las mujeres serán
superadas en este departamento al igual que en todos los demás.
–Un
detalle importante... la cocina, quiero decir.
–Para
algunos, señor González, para algunos. Para otros, basta y sobra con lo que
usted acaba de experimentar. Además, no he acabado de mencionar sus ventajas.
Los programas de habilidades no se limitan a las labores del hogar. Nuestros
modelos pueden ser útiles en diversas tareas. Usted podría contar, por ejemplo,
con una secretaria infalible, sin la mínima posibilidad de error; puede
contestar llamadas, enviar correos electrónicos con sólo dictárselos.
Igualmente puede hacerle su contabilidad, realizar de manera automática sus
pagos y todo tipo de cosas por el estilo. La lista de programas de habilidad es
impresionante y usted puede tener acceso a ella a través de nuestro sitio de
internet, para el cual, una vez firmado el contrato, recibirá una contraseña.
Los costos, desde luego varían según la habilidad. En lo particular le
recomiendo la administrativa; tengo años de no pararme en un banco. Y claro,
nunca le va a poner peros a lo que usted quiera comprar.
Emilio celebró su propio chiste, aunque González se mantuvo en silencio. “Pomposo,
mamón”, pensó el vendedor.
–Como
puede ver, señor González –continuó una vez finalizada su risa–, las ventajas
son innumerables. Sobra decir que no habla interminablemente, excepto claro, lo
esencial: “Sí, sí”, “más, más”, “qué rico, qué rico” –Otra risa– No se queja,
no llora, no ve telenovelas, no le baja, no tiene mamá a quien visitar, nunca
le duele la cabeza… y claro está, ¡no chinga la madre!
Esta vez una risa no bastó, Emilio emitió una estruendosa y genuina
carcajada. Es un chiste que ha repetido decenas de veces, sin embargo, no deja
de parecerle gracioso. Le tomó casi dos minutos recobrar la compostura y tras
enjugarse las lágrimas se dirigió a González, quien lo miraba con dura
seriedad.
–Por
cierto, la variedad de gemidos y exclamaciones de cama también se venden por
separado –dijo Emilio tratando de dejar atrás el silencio incómodo que siguió
al finalizar de su risa –¿Y bien?, ¿se anima?
González lo miró fijamente durante unos segundos, como si estudiara su cara
con detenimiento.
–Sí
–dijo finalmente. –Quiero una.
–Excelente
decisión, señor González.
***
Les tomó casi cuarenta minutos cerrar el trato. González llenó dos
formularios, se tomó el tiempo de leer detenidamente las cláusulas, respondió
un cuestionario, fijó la fecha de entrega, firmó media docena de documentos y
claro, proporcionó todos los datos de su tarjeta de crédito. Emilio le entregó
la clave de acceso al sitio de internet, donde podría echar un ojo al extenso
catálogo de opciones, o bien ingresar al programa diseñador para crear, detalle
a detalle, a la mujer de sus sueños. Emilio le recomendó tomarse al menos un
día luego de realizar su elección para no dejar lugar a dudas. Tras la firma
final, Emilio extrajo de un mueble cercano una botella de lo que parecía una
bebida alcohólica de algún tipo.
–Señor
González, es mi costumbre cerrar mis negocios con un pequeño brindis. Permítame
ofrecerle una copa de este estupendo coñac. Una costosa, pero satisfactoria
delicia.
Era mentira. Jamás cerraba el trato con un brindis. En realidad sólo tenía
ánimo de festejar su última venta a un día de sus vacaciones.
–Le
agradezco, pero no bebo. –dijo González. Emilio emitió una pequeña sonrisa que no
pudo esconder un dejo de irritación.
–Por
supuesto que no. Si no le importa, yo me tomaré una.
–Adelante.
El vendedor bebió de golpe la primera copa y volvió a servirse. Se recargo
en su silla y permaneció un momento observando a González con una sonrisa en su
semblante. En sus manos jugueteaba con el vaso de cristal.
–Señor
González, en este momento estoy obligado, conforme a Ley, a decirle que usted
acaba de adquirir una pieza de tecnología cuya función es emular la compañía de
una mujer; en específico, sus labores maritales y domésticas, y que pese a que
lo avanzado de su diseño, jamás va a sustituir en esencia a un ser humano. En
ningún momento es la intención de la Corporación EVA S.A. de C.V. desplazar las
relaciones afectivas que se dan de manera natural entre un hombre y una mujer,
como dicta la propia naturaleza y lo cual conforma el núcleo de nuestra
sociedad, bla, bla, bla... – finalizó riendo.
–Por
supuesto. Lo entiendo perfectamente –respondió González.
Emilio abrió un cajón de su escritorio de donde extrajo varios objetos. Al
depositarlos frente a su cliente, el hombre calvo pudo observar que se trataban
de cuatro discos. Tras una mirada interrogativa a Emilio, quien le hizo una
indicación para que tomara las cajas, González se inclinó hacia el escritorio
para analizar los objetos.
–Son películas,
señor González. Disculpe lo arcaico del formato, se las mandaría por correo
electrónico, pero prefiero no dejar constancia de esto. Obviamente, yo nunca le
di estos discos; confío en su discreción.
“Verdaderas
Esposas Desesperadas”, rezaba la carátula de uno de los discos que González
sostenía en su mano. En otra, sobre la imagen de portada, el título estaba
grabado sobre el tronco de un árbol en primer plano; en segundo plano, podía
apreciarse un jardín edénico aunque algo fuera de foco. “La llegada de Eva”,
decía el grabado en el árbol, aunque Eva había sido tachada con pintura roja y
a un lado se leía “Lilith”, escrito en la misma pintura. “De carne y hueso”,
rezaba el título de la tercera película y la última, cuya portada no era más
que un fondo negro con letras rosas, se titulaba “El Movimiento”.
González miró al vendedor en busca de una respuesta.
–Son
una serie de documentales que le recomiendo que vea, ahora que es cliente de
Corporación EVA. Han sido realizados en los últimos cuatro años; yo sugiero que
los vea en orden cronológico –dijo Emilio y dio un sorbo a su vaso. Su actitud
era la de un vendedor de autos usados, que una vez cerrado el trato, explica
los defectos mecánicos al comprador.
–Se
hicieron con el propósito de desprestigiar a esta corporación –continuó Emilio–
Sin embargo, para mí han sido herramientas muy útiles para instruir a mis
clientes sobre el estilo de vida al que van ingresar. Irónico, ¿no le parece?
Nadie sabe para quién trabaja.
González no dijo una palabra. Emilio prosiguió:
–Estos
videos no forman parte del contrato, no es obligación de los ejecutivos de
venta proporcionarlos; ésta es una de mis pequeñas aportaciones a la empresa,
un pequeño extra que yo ofrezco a mis clientes. En particular a los que son
casados, como usted.
»Como
usted sabe, es perfectamente legal poseer una unidad EVA en casa y tener
relaciones sexuales con ella, sin que esto signifique una violación al contrato
de matrimonio, aun cuando la esposa del adquiridor viva bajo el mismo techo. Un
regalo de nuestros amigos diputados. En mi opinión, una de las pocas veces en
que desquitan su sueldo, no le parece.
–Si
usted lo dice.
–Sin
embargo, conforme esta corporación crece en adeptos, aumentan las tensiones del
sector femenino y en gran parte, de la opinión pública. ¿Estará usted al tanto
de El Movimiento?
–Desde
luego, veo las noticias.
–Entonces
sabrá que hay regiones del país donde El Movimiento ha pasado de las
manifestaciones a las acciones, impulsando a las amas de casa inconformes a
destruir las unidades de sus esposos. Incluso han saboteado algunas agencias.
–Sólo
en los periódicos más amarillistas, considero que son casos aislados. No les
presto mucha atención, para serle honesto.
–Me
alegra, señor González. Tampoco nosotros lo vemos con preocupación. Tenemos de
nuestra parte a la Organización de Defensores de los Derechos del Individuo, lo
cual equilibra un poco las cosas en la cuestión de la opinión pública, pero no
deja de ser incómodo.
El vendedor terminó su trago y volvió a servirse.
–Pierda
cuidado –dijo González– Como le dije, mi esposa y yo hemos hablado mucho al
respecto y estamos de acuerdo en hacerlo. A ella le interesa sobre todo la idea
de tener una ayudante con los quehaceres del hogar.
Emilio rió al tiempo que negaba con la cabeza, como diciendo “todos dicen
lo mismo”.
–Precisamente
por eso quiero que vea los videos, señor González. Porque en ellos encontrará
muchos casos que iniciaron como el suyo y que después cambiaron. “Verdaderas Esposas
Desesperadas”, por ejemplo, es uno de los primeros análisis del momento en que
las unidades EVA dejaron de ser una excentricidad para convertirse en algo
cotidiano. Retrata casos de mujeres que, si bien en un principio aceptaron la
adquisición del producto, posteriormente se retractaron y su vida se convirtió
en un valle de lágrimas. Naturalmente, el documental está hecho por mujeres,
para mujeres. No intente comprenderlo.
»En
“La llegada de Eva Lilith” –continuó Emilio–, una producción más
reciente, encontrará casos muy interesantes, que le permitirán darse una idea
del tipo de situaciones en las que, en un momento dado, Dios no lo quiera,
pueda verse involucrado. Aquí, el planteamiento es un tanto religioso y
relacionan a Corporación EVA de alguna manera con el Diablo. La puta de
Babilonia y basura por el estilo. No lo tome muy en serio, sin embargo,
presenta casos muy lamentables, como el de un pobre diablo al que su esposa
demandó por infidelidad, usando como evidencia una fotografía de él con su unidad
EVA teniendo relaciones. Una foto que ella misma tomó, con el consentimiento de
él. Lo dejó en la calle, sin un centavo.
–¿Pero
cómo procedió esa demanda?
–La
mujer se deshizo de la unidad EVA y toda la documentación de compra. El pobre
hombre no pudo comprobar que la de la imagen era un androide.
–¿Se
deshizo de ella? ¿Cómo?
–Sabrá
Dios, señor González. Probablemente la golpeó en la cabeza con una pala hasta
matarla, la partió en cachitos, metió en bolsas de plástico, luego la llevó en
la cajuela del carro hasta un lugar apartado de la ciudad y la enterró. Tampoco
es crimen eliminar a un androide.
González permaneció serio.
–Pero
ese no ha sido el caso más grave, señor González –continuó Emilio, al tiempo
que sostuvo en su mano el DVD titulado “De carne y hueso”–. En éste verá
situaciones aún más serias. Mujeres que han llegado incluso al asesinato. El
último círculo del infierno, si me permite la metáfora.
–Como
ya le he dicho, mi esposa está de acuerdo con esto –dijo González luego de un
momento de silencio– De hecho fue su idea. Hace tiempo que ella perdió el deseo
y además le encantaría contar con un ayudante…
–…en
los quehaceres del hogar –terminó Emilio–. Una ayudante al principio, señor
González. Muy pronto será una esclava, y antes de que lo que usted piensa, su
esposa la odiará como si se tratase de un ser humano real. Comenzarán después
los celos y le exigirá deje de acostarse con ella. Aunque no son celos
realmente, déjeme le digo, sino envidia. Envidia de su felicidad, señor
González. Los hombres somos muy simples en ese departamento, no es cierto. Y
ellas nos odian por eso.
Emilio interpretó el silencio de su cliente como señal de inquietud.
–Se
preguntará por qué le digo estas cosas, señor González –dijo el vendedor
sosteniendo el vaso de cristal cerca de su cara, observando el color de la
bebida un momento en actitud meditativa. –Es muy probable que eventualmente
nuestra corporación se vea en la necesidad de limitar la venta de sus productos
a los hombres solteros. En gran parte se debe a la presión ejercida por estas
damas –tomó con la mano libre disco titulado “El Movimiento” y le mostró la
portada a González –Y yo la verdad no entiendo por qué. En lo que a mí respecta
nuestro producto puede incluso salvar familias. Es un hecho que la mujer pierde
el deseo cada vez a más temprana edad y nosotros ofrecemos una solución. Una
solución que debería funcionar, pero lamentablemente la naturaleza femenina, un
misterio aún para nuestros científicos, se interpone.
–Bueno,
hay que reconocer que los divorcios están a la orden del día –comentó González–
Los números no mienten. La individualidad es la palabra clave del nuevo siglo,
dicen las noticias.
–Usted
lo ha dicho, González. Hay que evolucionar. En mi opinión, este producto no
sólo es para hombres solteros, sino para hombres modernos. Y le aseguro una
cosa, la lucha de estas damas no terminará cuando dejemos en paz a los casados.
No señor.
–¿Usted
cree?
–Le
apuesto lo que quiera. Ese es solo el primer paso. No es la familia lo que
ellas defienden, no es la naturaleza o la dignidad; es la felicidad del hombre
lo que ellas atacan. El objetivo a destruir. Se sienten desplazadas. Están
despechadas.
–La
mujer no necesita del hombre, también es un ser individualista como nosotros,
capaz de ser feliz por sí misma, enfocarse en sus objetivos. Criar una familia.
Emilio miró duramente su cliente durante unos momentos. “Peor de lo que
creí”, pensó. “El hombre es un blando total, un caso perdido, no merece el
producto, pero dinero es dinero”. El rostro duro del vendedor explotó en otra
sonora carcajada.
–¡González,
por favor! –exclamó Emilio indignado. –Dios sabe que creamos un modelo
masculino para ellas y fracasó en el mercado. ¿Qué le dice eso? Mire, le voy a
explicar la raíz de este problema. Los hombres casados, con el respeto que
usted me merece, son lo de menos. Lo que encabrona a estas pinches viejas (lo
de no decir maldiciones quedó olvidado hace varios tragos) son los solteros.
Los solteros en peligro de extinción. Y en específico, los solteros cabrones. Los
hombres con propósito, los hombres ambiciosos, los mujeriegos. Los hijos de su
puta madre. Los chicos malos.
La mirada de González volvió a endurecerse ante la actitud de Emilio. A
éste poco le importó, el trato estaba cerrado y mañana a esta hora estaría
bebiendo mojitos a la orilla del mar en compañía de sus tres bellas unidades
EVA.
–Los
hombres buenos existen todavía, González –continuó Emilio–. Hombres de familia,
conservadores, hogareños; jamás remplazarían a una mujer por un androide.
Mediocres, en mi opinión. Ese tipo de hombres siempre estarán ahí, la familia
no está en peligro. Lo que está en peligro, lo que ellas temen perder, son sus
amantes, sus errores, sus obsesiones. Esa es la verdad, señor González.
Ahora el hombre calvo parecía irritado, incluso molesto. Emilio entendió
que su discurso del hombre bueno y mediocre lo había ofendido. A estas alturas
no le importaba mucho, pero decidió emendar un poco las cosas.
–Usted,
señor, acaba de dar el primer paso hacia un mundo más amplio –dijo Emilio–.
Usted lo ha dicho, los números no mienten; nuestros estudios indican que la
posibilidad de que su matrimonio fracase en los próximos cinco años son del
89.3 por ciento. –una estupidez de su parte revelar la cifra; en manos de la
prensa sería un descalabro para la empresa. Maldito alcohol. Pero en fin, lo
hecho, hecho está. –Sin embargo, yo le aconsejaría no esperar tanto tiempo,
pues una vez que viva usted solo con su unidad EVA, se dará cuenta de que no
necesita nada más. Esto también es verdad.
–La
mujer es complemento del hombre. Núcleo de la sociedad, como usted dijo hace un
momento. Sólo ella tiene el don de dar la vida. –dijo González. Ya no cabía
duda de que el gordo calvo estaba encabronado; si bien no tenía el ceño
fruncido, sus ojos irradiaban desprecio, y si bien su tono de voz amentaba de
volumen, había algo en sus palabras que dejaba clara su indignación.
–González,
usted sabe que eso no es cierto. –dijo el ejecutivo con fastidio. –La
inseminación artificial es cada vez más accesible y en cuanto el Congreso
permita la libre clonación de óvulos, la gran proeza de la mujer, como dadora
de vida, será sólo un recuerdo. Eventualmente, nuestros amigos diputados
pasarán alguna ley para permitir que un hombre pueda criar por sí mismo a una
criatura, sin que sea un obstáculo moral la asistencia de una unidad EVA en
esta tarea. Es decir, tarde o temprano, la mujer será completamente inútil en
nuestra sociedad. ¿Sabe por qué ADÁN, nuestro modelo masculino, fracasó en el
mercado? Porque a ellas no les basta un androide, no les basta su propia vida
para ser felices. Necesitan un hombre. Somos esenciales para ellas y en cambio
ellas para nosotros no.
–¡Cerdo!
La sonrisa de Emilio se apagó al instante. Por un momento creyó haber
escuchado mal, pero la mirada de odio del pequeño hombre frente a él,
confirmaba que no era así.
–¡Cerdo!
–repitió González al tiempo que se ponía de pie. –¡Animal! Ojala y te pudras en
el infierno. ¡Pendejo!
–¡Óigame,
no le permito…! –comenzó Emilio, levantándose de su asiento, pero calló en seco
al ver a González abrirse la gabardina café y dejar al descubierto los aparatos
explosivos adheridos en todo su cuerpo.
***
A más de diez kilómetros de distancia, en gran una habitación decorada como
cuarto de guerra, una gran pantalla de unos seis metros de ancho por tres de
alto, mostraba cómo el rostro de Emilio LaRosa se contraía de horror y
comenzaba a llorar y suplicar. Numerosas cabezas de largas cabelleras miraban
atentas esta pantalla.
Unos sexys labios teñidos de rojo se acercaron a un micrófono.
–¿No
que muy hombrecito? ¡Mírate! ¡Maricón! –dijeron los labios con ira. Estas
palabras fueron reproducidas a través de diversos altavoces distribuidos en la
habitación, sólo que con la apacible voz del señor González. –¡Lástima que tu
muerte será instantánea! Más mereces por todo el daño que has hecho.
–¡Señor
González, por favor, no me mate! –chilló LaRosa en la pantalla–. ¿Daño? ¿Cuál
daño? No entiendo de qué me habla… ¿quién es usted?
–Por
cierto, el modelo masculino, como puedes ver, no resultó del todo inútil para
nosotras. ¡Idiota!
Al decir esto, una mano femenina presionó un botón rojo y el rostro de
LaRosa desapareció de la pantalla tras un destello rojo. El letrero de señal
interrumpida llenó la pantalla.
La explosión no sólo destruiría el edificio de sesenta pisos de Corporación
EVA, sino que afectaría cinco manzanas a la redonda. No importaba. Aquel
distrito comercial era estrictamente masculino.
Más tarde, al festejar con champaña la proeza, una de las líderes del
grupo, una mujer madura de larga cabellera roja como el fuego, tomó asiento
junto a una bella veinteañera de pelo negro. La joven morena era la talentosa
ingeniera que tuvo la idea de modificar la escultural figura del modelo ADÁN
por el regordete cuerpo del señor González. Fue además la encargada de manejar
la unidad e infiltrarse en la guarida del lobo.
–Dime una cosa,
hermosa –preguntó la pelirroja– ¿Era necesario que tuvieras sexo con la cosa esa? ¿Tenías
que tomarte hora y media para hacerlo?
–No, no era
necesario –respondió con una coqueta sonrisa.
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