Para esa noche de
Halloween él buscaba experiencias intensas, pero su amigo estaba más interesado
en cazar mujeres. Es por eso que aquel par de alocadas chicas que conocieron en
la fiesta parecieron caídas del cielo. O emergidas del infierno, si se
prefiere, considerando sus disfraces de brujas sexy.
La fiesta era al otro lado
de la ciudad, en uno de los barrios más antiguos y alejados donde rara vez
ninguno de los dos había estado. Él iba disfrazado de Edgar Allan Poe, aunque
pocos fueron los que se percataron de ello; su amigo en cambio, optó por ir de Superman.
Ninguno de los dos conocía
a nadie en aquella gran casa de aspecto elitista; su amigo se enteró por medio
de Facebook y decidieron aparecer sin más. ¿Quién se iba a dar cuenta? Ambos
sospechaban que no eran los únicos que habían hecho esto.
Desde su llegada, los dos
amigos posaron instintivamente su mirada en el par de sensuales brujas que
acompañaban a un tipo alto, atlético y muy risueño, quien iba vestido del Diablo.
Era difícil no reparar en aquellas jóvenes de exuberante figura y generosas al
enseñar. Una era rubia y la otra pelirroja, medianas de estatura; tendrían unos
veintitantos años. El Señor de las Tinieblas tomaba a ambas por la cintura,
paseándose pomposamente por la fiesta como si las presumiera o las ofreciera en
venta.