Atrapado



Al abrir los ojos todo era oscuridad. Al principio no lo entendió, pero al estirar la mano y golpear una superficie sólida a escasos treinta centímetros de su pecho, comprendió que estaba adentro de una caja. Pocos segundos después, al percatarse de las dimensiones de su encierro y de la fina tela con la que estaba forrado, la frialdad del terror recorrió todo su cuerpo: ¡era un ataúd!
¡Enterrado vivo!
Instintivamente intentó empujar la tapa con todas sus fuerzas, pero ésta no se movió un ápice. La idea de tener tres metros de tierra sobre él y no poder liberarse a voluntad hizo que le faltara aire y comenzó a respirar aceleradamente. No ayudaba mucho tampoco el hecho de no poder hacer nada al respecto de la oscuridad, pues sabía que sus ojos jamás iban a adaptarse a la ausencia absoluta de luz.