La
palabra “irritante” queda descartada por insuficiente. Odioso. Funesto.
Nefasto. Nada alcanza para adjetivar al estridente sonido del reloj
despertador. A veces consigo despertar a las 5:59 de la mañana, justo antes de
que suene. Pero no hoy. Hoy me ha arrancado violentamente del cálido seno del
sueño. La añoranza que siento por el maternal abrazo es sólo comparable al
inmenso odio que profeso al insidioso pitido.
¿Pero
qué estaba haciendo? ¡Ah, sí! Estaba a punto de terminar mi ópera prima, ni más
ni menos; la mejor idea de mi vida. Ya se esfumó, por cierto. De seguro en esta
ocasión pude habérmela robado del fantástico país de Oniria y sin duda, de
haberlo conseguido, habría corrido a mi viejo estudio para empezar a
materializarla. Pero no. Se perdió para siempre y todo gracias a la puta
alarma.