Hambre

La mujer expuso su cuerpo desnudo ante el hombre misterioso sin sospechar que se trataba de un vampiro. Éste la miró con una mezcla de compasión, ternura y hambre.

El modesto apartamento de ella estaba cubierto en su totalidad por la tenue luz azul que se filtraba de sus cortinas. Provenía de un enorme anuncio neón del edificio vecino; cambiaba de color luego de varios minutos. 

Los ojos de ella, enmarcados en exceso de rimel, se clavaron en los de su nuevo amigo y abrió las piernas. Al mismo tiempo él colocaba sus fuertes manos en los muslos y los atrajo hacia su boca. Habían tenido la misma idea.

Se conocieron apenas unas horas atrás en un bar de esos que sólo existen de noche. Él, guapo, alto, fornido y misterioso. Sobre todo misterioso. Apenas dejaba escapar detalles de sí mismo y sabía cómo prometer a las mujeres que la fuente de misterio era inagotable. 

Ella por su parte, una chica moderna, independiente, inteligente y con el grado justo de ironía. Pero sólo era una máscara; a los ojos del vampiro no podía esconder su soledad y ansia de amor. O al menos de placer. 

Él podía garantizar lo segundo, más allá de lo que cualquier mujer puede imaginar. O si quiera tolerar. A un precio apenas justo.

El amor infinito viene con la gracia eterna, pensaba el vampiro, pero el placer está limitado a los sentidos. Él podía llevarlas al punto máximo que la carne tiene para ofrecer. Después de eso, su vida sería irrelevante. Y a cambio, él sólo pedía saciar su hambre. Ser alimentado. 


Con genuina dulzura, el vampiro posó su lengua sobre la vibrante feminidad de su víctima. Ella reaccionó con un violento espasmo y un grito involuntario. La luz neón en la estancia cambió a naranja. 

Él podía sentir lo que ella quería, lo que necesitaba. Delicadeza y voracidad intermitentes. Dedicación y brutalidad. Sintió sus uñas pintadas de azul clavándose en su cuero cabelludo. 

Había llegado el momento. 

La lengua del vampiro avanzó hacia dentro al tiempo que crecía y mutaba. En la punta apareció un hoyuelo; una suerte de uretra cuya finalidad no era eyacular vida, sino todo lo contrario. La tomó con más fuerza de los muslos y comenzó su proceso de alimentación.

En este punto todas sus víctimas comienzan a gritar y convulsionarse, pero no de dolor, sino de placer. Demasiado placer; un goce infinito, insoportable, incomprensible. Los orgasmos llegan uno tras otro, cada vez con mayor cadencia. Sus víctimas, asustadas, a veces intentan hacer que pare, pero no pueden. Más por falta de voluntad que por otra cosa. 

Pronto aquello es intolerable para sus cuerpos humanos y los gritos se convierten en risas histéricas y alaridos inhumanos. Los ojos giran grotescamente hacia arriba y la mandíbula se disloca. Entonces su cordura se desgarra y pierden contacto con la realidad.

En ese momento sus víctimas creen que están en el paraíso, creen que ya han muerto. Pero no es así. No todavía. 

Es entonces que llega el momento del sorbido final y drenar lo que queda de sus vidas. Los ojos desaparecen en sus cuencas, los órganos se licuan, todo el jugo es absorbido y la piel se ajusta al esqueleto como una telaraña en un mueble viejo y olvidado. A veces en este punto levantan la mano hacia el cielo, como si quisieran alcanzar algo, hasta que finalmente adquieren la posición en la que serán encontradas horas o días más tarde.

El misterio de las momias es todo un éxito en los periódicos.

El acto de alimentarse, por supuesto, es placentero también para el vampiro. Pero su principal motivación es lo que ocurre en torno al acto. Se requiere talento para la cacería. Ubicar a la presa, estudiarla, idear la estrategia. 

Cuando termina de beber recupera juventud y vigor, pero sobre todo certeza. Eso es lo más valioso. Certeza de saberse elegido para un propósito. De ser único. 

Él no elige al azar. Busca sólo a aquellas que están incompletas o vacías. Que lloran a solas. Las elige para otorgarles un regalo. Él es generoso. 

A cambio, el precio que pide es apenas justo. Sin embargo, su última víctima, la que tenía ahora frente a él, no lo estaba pagando. No lo estaba alimentando.

Ella estaba disfrutando, eso sí; disfrutando mucho, pero solamente. Sin convulsiones, sin demencia, sólo gozando como si aquello fuera sexo y nada más. Y lo más desconcertante, no lo estaba alimentando. Nada venía hacia él.

Sorbió con más fuerza, pero nada cambió.

¿Qué estaba pasando? ¿Era cosa de él, de su desempeño? ¿Acaso había perdido su fuerza? Tal vez había dejado pasar demasiado tiempo desde la última vez… o tal vez no ha descansado lo suficiente. O tal vez era ella. Algo tenía que estar mal con ella. Debía ser eso. 

Tenía que parar e irse. Necesitaba pensar y estar solo. Tenía que irse cuanto antes.

Justo en ese momento, como si sus pensamientos se escucharan, las piernas de su víctima lo sujetaron con fuerza obligándolo a permanecer en su posición. Al mismo tiempo, la vulva frente a él se dilató con la velocidad de una serpiente al ataque, y cubrió todo su rostro. De los labios vaginales brotaron afilados colmillos que se clavaron en su cráneo. La luz de la estancia cambió a rojo intenso.

Ni siquiera la fuerza sobrehumana del vampiro pudo hacer nada al respecto. Aquello era como luchar contra una estatua viviente. 

Al tiempo que la presión que las poderosas piernas en torno a su torso lo asfixiaba y quebraba sus huesos, la cavidad vaginal se dilataba para engullirlo poco a poco, usando sus dientes para empujarlo hacia dentro. Mientras tanto ella no paraba de gemir. 

El vampiro no logró comprender lo que ocurría. Su último pensamiento fue que aquello era una horrible pesadilla, entonces su cráneo explotó con un sonido seco. 

A la mujer le tomó cerca de veinte minutos devorar al resto de su víctima, y tomaría mucho más tiempo digerirlo.

Esperó sobre su cama a que desapareciera su enorme vientre. Parecía una garrapata recién arrancada de un perro. Mientras tanto, encendió un cigarro. 

Sus piernas aún vibraban. Tenía que admitir que aquel misterioso hombre, atractivo e inteligente le había hecho sentir algo que nadie había logrado antes. Nunca había conocido a alguien con tanta dedicación; por lo regular todos buscaban brincarse el placer oral.

Era una lástima haber pasado directo al sexo tras haberse conocido; le habría gustado conocerlo mejor. Pero tenía hambre. 

La luz neón del edificio vecino de al lado volvió a su tono azul.


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