Hambre

La mujer expuso su cuerpo desnudo ante el hombre misterioso sin sospechar que se trataba de un vampiro. Éste la miró con una mezcla de compasión, ternura y hambre.

El modesto apartamento de ella estaba cubierto en su totalidad por la tenue luz azul que se filtraba de sus cortinas. Provenía de un enorme anuncio neón del edificio vecino; cambiaba de color luego de varios minutos. 

Los ojos de ella, enmarcados en exceso de rimel, se clavaron en los de su nuevo amigo y abrió las piernas. Al mismo tiempo él colocaba sus fuertes manos en los muslos y los atrajo hacia su boca. Habían tenido la misma idea.

Se conocieron apenas unas horas atrás en un bar de esos que sólo existen de noche. Él, guapo, alto, fornido y misterioso. Sobre todo misterioso. Apenas dejaba escapar detalles de sí mismo y sabía cómo prometer a las mujeres que la fuente de misterio era inagotable. 

Ella por su parte, una chica moderna, independiente, inteligente y con el grado justo de ironía. Pero sólo era una máscara; a los ojos del vampiro no podía esconder su soledad y ansia de amor. O al menos de placer. 

Él podía garantizar lo segundo, más allá de lo que cualquier mujer puede imaginar. O si quiera tolerar. A un precio apenas justo.

El amor infinito viene con la gracia eterna, pensaba el vampiro, pero el placer está limitado a los sentidos. Él podía llevarlas al punto máximo que la carne tiene para ofrecer. Después de eso, su vida sería irrelevante. Y a cambio, él sólo pedía saciar su hambre. Ser alimentado.